viernes, 17 de abril de 2009

Los Prodigios de Chiapas

Con un beso y 2 dramamines me despedí de Daniela y los cielos púrpuras de Tulum, ahora tendría que enfrentarme solo al temible viaje por carretera, no recordaba la última vez que me había mareado pero las 16 horas de camión (flota), seguramente lograrían alborotar mi estómago como en mi más tierna infancia.


“Otra película de huevos y un pollito” era el estreno del expreso OCC, sobreviviendo al ajetreo de las curvas y los topes (policías acostados) llegué finalmente a San Cristóbal de las Casas, una hermosa ciudad colonial que nos daba la bienvenida con sus acordes de xilófono y sus pintorescas iglesias, porque algo que hay que abonarle a la iglesia católica es el valioso aporte arquitectónico y en especial en esta ciudad donde fácilmente se puede llenar una memorystick de 4 gigas tan solo fotografiando templos. 


Pronto llegué a la “Posada México” mi nuevo centro de operaciones turísticas. Con los ojos aguados por el terrible golpe de ala de una obesa peregrina, logré abrirme campo entre la gente para cuadrar con la señorita nicaragüense mi viaje hacia Palenque y Aguazul. A las 6 de la mañana pasaría por mí el chofer de 2 toneladas que conducía su pequeña van con una cara de buena gente que no podía con ella. Al verme cuan largo soy me mandó al puesto del copiloto. Audífonos a mis oídos y a disfrutar del panorama a ritmo de Manu Chau.


Salimos en punto y no paramos hasta un desayunadero a 2 horas donde otra Manu aparecería en mi camino. Manuela era una delgada bartender italiana que fascinada con el folclor Méxicano tocaba tierras latinoamericanas por primera vez, yo como siempre en mi fallido intento por hilar frases coherentes le pregunté si en Italia tenían ruinas tan bonitas, ella dejó caer un poco sus gafas oscuras y me miró tiernamente como quien espera a que yo solito me de cuenta de la bestialidad que acabo de preguntar. 


Llegamos a nuestro primer destino, Aguazul, modesto nombre para los millones de litros de agua añil que bañan las colosales piedras quemadas por el sol, era como si desde lo alto soltaran camionados de listerine. Si en la Plaza Garibaldi no podía dejar de pensar en lo feliz que sería mi mamá al escuchar los lustrosos mariachis, este lugar me recordaba a mi papá cuando de pequeño me llevaba a cruzar el río patía a nado y con piedritas construíamos un jacuzzi en las gélidas aguas del río Mayo.


Ascendiendo largo rato por la montaña finalmente encontré un claro donde el agua se retenía formando un laguito. Un pequeño tronco amarrado del árbol me inspiró a lanzarme al mejor estilo de tarzán chibcha sin percatarme de la temperatura del agua. Cuando salí mi cara lucía tan azul como el nombre del lugar y un calambre en la pierna me hizo arrepentirme de los tacos que había desayunado. No podía nadar y lo peor era que la corriente me estaba arrastrando lentamente hacia el precipicio. En ese momento pensé iFuck! ¿Por qué demonios siempre me pasan estas cosas a mi?. Y ahí estaba yo, pataleando con una sola pierna y agarrándome los torcidos dedos del pie con ambas manos. Cuando el sonido de las cataratas se sentía cada vez más cerca, escuché una abrupta zambullida, era mi amiga italiana que venía a regresarme a la orilla.


A la bella indígena que de un cerril mesero recibía piropos en tzeltal, le compramos unos buñuelos que en nada se parecen a los nuestros. Cargados de artesanías seguimos hacia Palenque, una antiquísima ciudad maya perdida en medio de la selva donde destaca un sarcófago al interior del “Templo de las Inscripciones”. El féretro está cubierto por una losa decorada con jeroglíficos que hablan de la muerte de Pakal, quien según el Popol Vuh, tomó la identidad de uno de los gemelos que alcanzaron la inmortalidad al derrotar a los señores del inframundo. Esta losa también es conocida como “El Astronauta de Palenque” debido a que algunos fanáticos de los extraterrestres, creen que el bajorrelieve muestra al jefe alienígena que gobernó a los Mayas disfrazado de serpiente emplumada para brindarles importantes conocimientos arquitectónicos y astrológicos, abandonando la tierra en su nave espacial. Creo que nunca sabremos lo que sucedió en realidad, pero sea lo que sea no deja de ser un lugar asombroso.


Luego de haber recorrido el caluroso paisaje y con el rostro empapado de las gordas gotas de sudor, abordamos la combi para regresar al hostal, pero en el camino nos aguardaba una sorpresa más. El EZLN o Ejército Zapatista de Liberación Nacional se encontraba haciendo un retén militar por la muerte de unos lugareños, al ver las capuchas y las banderas negras de estrella roja me vienen las palabras del filósofo Homero cuando dijo “Sé que no he sido muy creyente, pero si estás en los cielos iSálvame Supermán!”. El conductor con voz apaciguante y casi paternal, nos toca el hombro y nos dice “tranquilos, no pasa nada”. Se desabrocha el cinturón de seguridad, baja su inmensa humanidad de la pequeña camioneta, se le acerca a uno de los revolucionarios y en un corto intercambio de palabras, le pasa un billetico al bigotudo enano que con un ademán nos deja en libertad. 


Aún perplejos de la facilidad con la que salimos de esta, nos disponemos a disfrutar de unas merecidas cervezas Bohemia en el kiosco central de San Cristóbal, mientras escuchamos al virtuoso xilofonista tocarse unos boleros de antaño. No puedo creer que ya tenga que regresar, el tiempo pasó muy rápido y debo volver al DF, lo único que me alienta es que hay unas caras que deseo volver a ver antes de emprender el regreso definitivo a mi terruño.

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