viernes, 17 de abril de 2009

The Grand Finale


Desperté con ganas de un “paseo inmoral” de Cerati, me fui para el hostal Condesa Chapultepec por donde los perritos se refrescan en las fuentes de los parques con nombres de países. Bernardo, el dueño del hostal, me aconsejó comprar una tarjeta de $15 para el Metrobús que es el Transmilenio de allá y atravesar la ciudad en él. Me bajé en la estación de la Bombilla donde junto al Monumento a Álvaro Obregón, ondea una bandera gigante de México. Cuando la paz se encuentra con la revolución se recorre la calle de la amargura (por si acaso estoy hablando de avenidas). Anduve por las callecitas empedradas de San Angel que albergan los mejores bares y restaurantes de la ciudad, hasta llegar a la Plaza de San Jacinto que los sábados celebra un bazar similar al mercado de las pulgas en Usaquén.







Por comprar todas las cosas que dije que no compraría y por quedarme disfrutando del festival de reggae que había en el parque, llegué al Museo de Diego Rivera justo cuando cerraban. Volviendo al hostal conocí a Marly, una holandesa de 22 años que llevaba 5 meses de su año sabático viajando por el mundo. Ella quería conocer el Bosque de Chapultepec y el Zócalo y aunque yo ya conocía, no iba a rehusar la amigable invitación. Pasamos al lado del monolito de Tláloc y llegamos al Museo Nacional de Antropología, uno de los más completos del mundo en cuanto a culturas precolombinas se refiere. Transitamos por las salas de las diferentes culturas mientras hablábamos acerca de las nuestras.


Marly no tardó en darse cuenta lo desorientado que soy, así que tomó las riendas de la expedición y me condujo hacia el Subway para ir en dirección al Zócalo. La música del organillero nos guió hacia la Catedral en forma de cruz donde nos ofrecieron un tour por los campanarios, cosa que no había hecho y me parecía muy chévere sobretodo porque tendríamos una vista privilegiada para la arriada de la bandera. Me alejé un poco del joven guía que contaba una a una con gran pasión las historias de las campanas, porque en cada “T” y “P” que pronunciaba, alguien terminaba empapado. La que más llamó mi atención, fue la campana a la que llamaban “la castigada” pues una vez un campanero inexperto se mató al tratar de balancear sus 6 toneladas y su badajo sólo volvería a sonar hasta 57 años después, cuando fue indultada por el mismísimo Juan Pablo II.


Ya en la noche conocimos al resto del combo que habitaba el hostal. Un hombre ciego y su perro, recorrían el mundo en bicicleta en compañía de un amigo, vaya que era toda una lección a quien se quiera dar por vencido. Estaba Mark, un estudiante de arte en San Francisco y la bella Jamie de California, que con su pelo enrojecido y su linda sonrisa parecía toda una muñequita. Hablando de todo un poco les comenté lo rico que era viajar de esta manera porque se conoce una amplia gama de personajes, pero que algún día me gustaría viajar a la manera de los ricos y famosos. Jamie me dijo que debería pasar mi último día en un hotel 5 estrellas, así mi viaje habría tenido de todo. La cosa me sonó tan bien que de hecho al siguiente día cogí mis maletas y arranqué para el Hotel Imperial en el Paseo de la Reforma.



Los botones se encargaron del equipaje, una hermosa somelier me dió un coctel de bienvenida, en mi cuarto me esperaba una enorme canasta de frutas y la cama era más grande que toda la habitación del hostal. Subí a la terraza donde los rayos del sol brincaban en la piscina, me puse las oscuras y me acosté en una de las sillas para recibir la gracia del astro luz. Le pedí al cantinero un Margarita y en ese momento me invadió un sentimiento entre nostalgia y satisfacción. Las imágenes de mi viaje comenzaron a correr por mi mente como en un trailer de película, los paseos en bicicleta, los mariachis de garibaldi, la recarga por las ruinas, el borrachito trepador, el tricitaxi a los cenotes, el peligro en los corales, la cataratas de agua azul. Las deliciosas comidas, las deliciosas bebidas, los deliciosos momentos, la deliciosa compañía. Y justo cuando recordaba las palabras del chamán, la silueta de una mujer se interpuso en mi bronceado y estas  dulces palabras salieron de su boca: 



- iHey! ¿Aún por tierras manitas? No sabía que te hospedabas aquí. 

  Sin poderle ver la cara pero al serme familiar su voz le respondí :

- No... Sí... Es decir, hoy es mi último día.

- Genial! Puedo hacerme aquí?

- Por supuesto!

  Al reconocer su figura sentí que el aire me abandonaba.

- Me puedes hacer un favor?

- Se... se... seguro!

- Me aplicas un poco de bronceador en la espalda?

- p... p... por qué no?

- Aún no me has dicho tu nombre.

- Ri... Ri... Ricardo Cárdenas... Mu... mucho gusto.

- Mucho gusto! Carolina Acevedo.


(Suena “Lovers in Japan” de Coldplay y la cámara se aleja lentamente por los cielos del D.F. mientras en mi rostro se dibuja una pequeña sonrisa).


FIN




No hay comentarios:

Publicar un comentario